Jaipur

Jaipur
Jaipur.
Jaipur

En un país en el que los colores son protagonistas indiscutibles del andar cotidiano, hablar de una «ciudad rosa» puede no llamar la atención. Pero basta poner un pie en Jaipur, para admirar y comprender la belleza de un casco antiguo color salmón, que impresiona a cada paso, en cada plaza y en cada esquina. A continuación una reseña de la capital de Rajastán, el mayor de los estados del noroeste de la India, tierra de fábulas, príncipes y fortalezas en el desierto.

Prosperidad védica

Fundada en el año 1727, Jaipur estuvo protegida por una enorme fortificación. Sus siete puertas, estratégicamente ubicadas, permanecían abiertas mientras hubiese luz solar y daban paso a una ciudad de perfecta planificación. Lejos de improvisar Mahara Jai Singh II, su rey, ordenó la construcción de esta localidad bajo las normas del Vastu Shastra, el plan védico para el confort y prosperidad de los ciudadanos. De tal suerte, al visitarla nos encontramos con que las calles corren de este a oeste y de norte a sur, desembocando en las respectivas puertas y permitiendo una orientación más certera al momento de moverse por la ciudad.

El Hawa Majal.
El Hawa Majal

Hoy, sin embargo, aquellas ansias de perfección se ven, ciertamente, opacadas por el crecimiento urbano irrefrenable que ha logrado que aquello que alguna vez delimitara el exterior quede ni más ni menos que en medio de la ciudad.

Una ciudad viva

Lo que sí permanece intacto, dándole a esta población ese encanto particular que la caracteriza, es su espíritu imperial, su comercio avasallante y su fuerte inclinación hacia las artes astronómicas. Todo esto en un pequeño radio urbano que permiten al visitante hacerse de una rápida y fuerte impresión ni bien atraviesa una de sus puertas. A diferencia de tiempos pasados, las mismas ya no se cierran, sino que son atravesadas por el centelleante torrente humano de una ciudad viva.

Detalles de un portón en Jaipur.
Detalles de un portón en Jaipur.

Sin importar la prisa que se tenga o la infinidad de veces que se haya pasado por ahí, es imposible ignorar esa imponente muralla rosa. El color de todo el casco histórico data del año 1853, cuando Alberto Eduardo, príncipe de Gales decidió visitar la ciudad y toda ella fue pintada en este tono para darle la bienvenida. Pese a que ya han transcurrido más de ciento cincuenta años de aquél memorable agasajo, Jaipur ha decidido conservar estos tonos. Muchos ya ni recuerdan el por qué de este color salmón que por momentos parece desteñirse para luego renacer en otra edificación más conservada, sin embargo todos coinciden en que la ciudad no sería la misma si se perdiera esta pintoresca particularidad. Una gema que brilla intensamente.

Al atravesar la fortaleza

Interior del Palacio de los Vientos.
Interior del Palacio de los Vientos

No se puede mencionar con exactitud que es lo primero que captará la atención del visitante al poner un pie dentro del casco antiguo. Como en toda India, las experiencias son siempre repentinas, sobrecargadas de sensaciones y de magia a la vez. Por eso, ya sea que estemos a pie o montados en uno de esos pequeños taxis motos llamados rickshaw, los sentidos se disputarán entre miles de estímulos que luchan por llamar la atención.

Es difícil elegir entre los arabescos blancos que adornan la muralla, la cantidad de vacas sueltas que se mueven con total displicencia y la anarquía de un tránsito desordenado, compuesto por animales, rickshaws, peatones y hasta camellos o elefantes como transporte, todo junto, al mismo tiempo. Y todo este panorama acompañado por una amplia gama de aromas que navegan el ambiente. Es un shock que no logra aplacar el entusiasmo. Esto es India.

Puerta Norte. Jaipur.
Puerta Norte

Autenticidad mercantil

Una vez dentro del centro histórico todo alrededor se convierte en mercado. Las largas veredas techadas del Tripolia Bazar forman una interminable galería que se puebla de vendedores de todo tipo, distribuidos en pequeños locales comerciales que no cuentan con mucho mobiliario. El comercio por estos lares es todo un arte. Ya sea que estemos acostumbrados o no al regateo no dejará de sorprendernos el ritual propio de cada venta, en donde es normal degustar una tasa de chai, un dulcísimo té que siempre se comparte, mientras se elige la prenda que se desea comprar. Lo que diferencia a este mercado de otros que el viajero encontrará en su recorrido por India, es su autenticidad. No se trata, en este caso, de una feria pensada para el turismo, de esas que exhiben todo tipo de souvenirs.

Mujeres comprando. Jaipur.
Mujeres comprando

El mercado de Jaipur es un asunto local, en donde uno puede encontrar desde las más refinadas telas, hasta artículos de limpieza o del hogar. En este escenario en el que uno puede aprender sobre las costumbres básicas de consumo de esta cultura, no faltan los comercios dedicados exclusivamente a la coquetería femenina: desde refinadas joyerías hasta puestos callejeros con interesantes imitaciones, la oferta está a la orden del día. Y cuesta no tentarse: mientras que en occidente las mujeres nos conformamos con esculpirnos las uñas y portar alguna que otra alhaja, en India la coquetería derriba fronteras. Es común encontrar negocios enteros dedicados exclusivamente a la venta de brillosas pulseras de vidrio, tobilleras y aros. Y gran asombro produce el arte con que las mujeres se pintan las manos e incluso hasta los pies ya sea para alguna festividad o bien como decoración.

Costumbre de mujeres locales. Jaipur.
Costumbre de mujeres locales

Visitas imperdibles

Uno de los atractivos más importantes de la ciudad es el Hawa Mahal o Palacio de los Vientos. El mismo que forma parte del Palacio de la Ciudad, es el edificio más famoso de Jaipur, por poseer una impresionante fachada rosa meticulosamente decorada. Ésta fue construida para permitir que las damas del harem del rey pudieran ver las procesiones sin ser vistas desde el exterior. El frente contiene 953 ventanas distribuidas en grandes arcos, cada uno con su balcón correspondiente. Su nombre se debe a la gran ventilación que esta construcción posee. Los miradores en la parte superior del edificio permiten una amplia vista de la ciudad. Otro recinto de importancia relevante es el Jantar Mantar. Ubicado junto al Palacio de la Ciudad, este observatorio data de la fecha en que la misma fue concebida. En él se pueden encontrar instrumentos astronómicos de gran relevancia, entre los que se destacan el reloj de sol o el enorme meridiano de 30 metros de altura. La grandilocuencia de estos artefactos hace que la visita valga la pena convirtiendo a este lugar en un paseo interesante.

Ya sea que se recorra el triángulo de oro o que se esté envuelto en un itinerario más amplio, esta ciudad de palacios y originales construcciones, impresiona y fascinan desde el primer momento en que se pisa.

Salir de la versión móvil