Altiplano boliviano, espejo de colores

Laguna Colorada y llamas, Reserva nacional Fauna Andina. Altiplano boliviano.
Laguna Colorada y llamas, Reserva nacional Fauna Andina

Una tensa calma se siente en los pies. La superficie aparenta serenidad. Pero debajo, la tierra está en movimiento. El diálogo entre ambas partes parece imposible, sin embargo, allí están los volcanes, únicos intermediarios entre la superficie y los niveles más profundos de la corteza terrestre.

A pesar de lo inhóspito del lugar innumerables maravillas naturales comienzan a brotar: exóticas formaciones rocosas, volcanes, cráteres y pacíficas fumarolas que emiten chorros calientes de gases y vapor que pueden alcanzar hasta los 10 m de altura. Y también fascinantes lagunas de colores de origen glaciar que albergan colonias de flamencos.

Al amanecer se parte de San Pedro de Atacama -turístico y concurrido oasis en el desierto más seco del mundo- a 1670 km al norte de Santiago de Chile. De repente un gigante de forma cónica casi perfecta emerge: el Licancabur. Este volcán de casi 5900 m es el límite natural entre Chile y Bolivia, y su cráter alberga un enorme espejo de agua, constituyéndose en el quinto lago más alto del mundo.

En este extremo y frío rincón de Bolivia está la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa, creada en 1973 y la más visitada del país. Sus temperaturas oscilan entre 20 °C en el día y -20 °C a la noche y sólo llueven unos escasos milímetros al año. En sus 7200 km² abundan volcanes en erupción, fuentes termales, fumarolas y géiseres humeantes (por eso muchos llaman a este parque el «Yellowstone del Altiplano»).

A pesar de la altitud y de la extrema aridez, numerosos seres vivos, como los flamencos, se han adaptado a las condiciones de vida de la zona. Éstas aves gregarias, de refinada perfección, habitan sistemas salinos de donde se alimentan y, con su porte distinguido, se combinan armónicamente con el paisaje místico y agreste. De las cinco especies de flamencos del mundo, tres están aquí: el andino, el chileno y el de James. También hay 23 especies de mamíferos: pumas, zorros andinos, vicuñas y vizcachas. La flora es sorprendentemente variada: plantas y árboles se han adaptado a las severas condiciones de salinidad, la falta de agua dulce y las bajas temperaturas.

La primera parada del periplo es en la laguna blanca. Pequeño y maravilloso espejo de agua, de sólo 10 km² emplazado a más de 4000 m sobre el nivel del mar. El alto contenido de minerales produce su color blancuzco y en él se reflejan los picos nevados que la rodean, formando una perfecta simetría visual. A un costado de la laguna, un fino hilo de agua la comunica con otro espejo verde esmeralda. El cambio de color parece sobrenatural.

La laguna verde, por momentos turquesa, tiene 17 km² y su tono se debe al alto contenido de magnesio de sus aguas. Según la época del año, en esta laguna se concentran grandes cantidades de flamencos andinos. Su coloración es blancuzca con plumaje rosado fuerte, su pico es negro con detalles amarillos en la punta y sus patas también son amarillas. Entre ambas lagunas, un humilde paraje permite aprovisionarse de agua.

Los kilómetros pasan y el paisaje se mantiene intacto hasta que se llega a «Salvador Dalí». En ese sitio hay unas enormes rocas que, según el día, fueron arrojadas mucho tiempo atrás por un volcán. Con el correr del tiempo, y con ayuda de la erosión, lo que antes habían sido simples piedras devinieron «esculturas surrealistas» y de ahí la referencia al artista catalán. El viaje continúa y aparece otro coloso cónico. Se trata del volcán activo Ollangüe, que mide 5870 m de altura. Luego se observan las aguas termales de Chalviri, con una temperatura de 30°. Lo inhóspito se apropia del paisaje y por momentos se tiene la sensación de estar inmerso en un decorado de película que recrea lo que quedó de la tierra luego de una gran catástrofe natural. Es inevitable imaginar qué pasaría si alguno de los volcanes de la zona entrar en erupción.

La marcha sigue y el vehículo se abre paso en el desierto mientras los tripulantes acompañan el zarandeo del camión. La altitud y el continuo movimiento generan un leve mareo, sensación de letargo y por momentos se hace difícil mantener los ojos abiertos. Pero nadie quiere perderse lo que va a venir. Finalmente se llega al destino del día: la laguna colorada.

Esta laguna ocupa una superficie de 60 km², tiene una profundidad promedio de 35 cm y la particularidad de tener islas de bórax que semejan trozos de hielo flotando en el agua. Sin duda, es el más llamativo de todos los espejos de agua visitados debido a su deslumbrante color salmón. La particular coloración es producto de la presencia de sedimentos rojizos y de ciertos pigmentos de algas. Además, el color varía dependiendo del clima y del horario, pasando del rosado suave a un rojo intenso y formando una infinita gama de matices.

A pesar del fuerte viento que azota al lugar, parece imposible no contemplar la laguna. Como por un efecto hipnótico, la laguna colorada seduce y atrapa la mirada del visitante y, en la medida en que el intenso vendaval lo permite, se puede explorar la costa y distinguir, bien a lo lejos, pequeños puntos blancos: flamencos.

Se trata de la única laguna en el mundo donde anidan las tres especies de flamencos, llegando a haber 30,000 ejemplares. Además del flamenco andino antes mencionado, en estas aguas se encuentran el flamenco chileno y el de James. El chileno, conocido también como tocotoco o parina mariguana es de estatura mediana (1.05 m) y su coloración es salmón excepto sus plumas remeras que son negras. Su pico es blanco rosado con la punta negra y sus patas celestes grisáceas.

En cambio, el más pequeño de los flamencos, el de James (también llamado parina chica) es muy fácil de distinguir por sus patas rojas y la coloración escarlata en la base del cuello y del dorso. Las patas y el cuello no son tan largos, y el pico se caracteriza por ser más corto, menos curvo, de color amarillo (casi naranja) y con un agudo ápice negro.

El final de la travesía es Uyuni, el salar más alto del mundo. A más de 3600 m sobre el nivel del mar, esta radiante e infinita masa blanca se encuentra en el sudoeste de Bolivia y abarca más de 10,000 km² (la mitad de la provincia de Tucumán). Hace millones de años, esta extensa superficie era un inmenso mar que, producto de la evolución, terminó convirtiéndose en un gigantesco océano de sal. Para llegar se han recorrido cientos de kilómetros en arduos caminos y se ha unido exitosamente San Pedro de Atacama, en Chile, con Uyuni, en Bolivia. Y, sin duda, el salar es un premio a la aventura realizada.

Sin embargo, el recuerdo de los espejos de colores persiste y demuestra que el camino recorrido también ha sido la meta.

Más información: Conoce Bolivia

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